Como os comentaba la semana pasada, una vez que abandonamos
Venice Beach, nos dirigimos al centro de Los Ángeles (la idea era pasar antes
por Santa Mónica pero quedaba bastante lejos de Venice Beach como para ir
andando y volver al aparcamiento de superlujo a recoger el coche).
Un árbol enorme justo enfrente de la calle Olvera |
El centro de Los Ángeles, a mi modesto entender, no es nada
del otro mundo. Claro que hay que reconocer que a mí las ciudades grandes no me
van demasiado. Mucho edificio alto, mucho loco suelto por la calle… Vamos, nada
que me haya llamado demasiado poderosamente la atención aunque, según mi primo
R., hay un restaurante llamado “Philippe´s” donde preparan el mejor rosbif del
mundo mundial. El pobre estaba como loco por hincarle el diente a uno pero a mí
no me gusta el rosbif y, pese a sus insistencias e intentos de convencerme con
argumentos tales como “pero es que es el mejor rosbif del mundo” nada pudo
hacer ante mi irrefutable “No me gusta el rosbif, aunque sea el mejor del
mundo”. Tuvo suerte que, al día siguiente, su hermana (mi prima S.) se apiadó
de él y le llevó a su casa un poco de rosbif de “Philippe´s” para que el pobre
no sufriera. Si os gusta el rosbif y andáis por el centro de Los Ángeles, ya me
contaréis.
Esta cruz nos informa que Los Ángeles fue fundada el 4 de septiembre de 1781 con el nombre "El Pueblo de Nuestra Señora La Reina de los Ángeles" |
El motivo fundamental de ir a “Downtown LA” era recorrer
Olvera Street. Esta fue la calle que dio origen a lo que hoy conocemos como Los
Ángeles y, como cabe esperar, es una calle completamente mexicana. Hoy por hoy
(y cuando yo era pequeña también) está llena de puestecillos con artesanías
típicas mexicanas y no tan típicas, como veréis a continuación. M., el hijo
menor de mi primo, compró un llavero, de éstos que son una cinta larguísima,
con la bandera de Uruguay. Él es nacido en Estados Unidos así que podréis
imaginar que yo estaba más feliz que unas castañuelas y casi me lo como a
besos. Yo no me compré banderita pero sí piqué con una calaverita roja que luce
estupendamente en mi salón. Qué gusto da poder comprar en español en un país de
habla inglesa, de verdad.
Vieja casita de adobe |
Un poco más tarde llegaron mi prima S. con su novio y sus
hijos y nos dirigimos a cenar (eran como las seis de la tarde, que para
nosotros es más bien la hora de la merienda pero ya se sabe que, donde fueres,
haz lo que vieres). Por allí lo único que hay son restaurantes mexicanos así
que agradecí a los astros haberme librado del infame rosbif y nos encaminamos a
“La Golondrina”. Recuerdo haber comido allí de pequeña y me sigue gustando
igual que antes. Pedí unos tacos de camarones que estaban divinos de la muerte.
Eso sí, no fui capaz de terminarlos porque las raciones eran más que
abundantes, no fuera cosa que nos quedáramos con hambre.
Y así transcurrió el sábado 12 de julio. La semana que viene
volveremos con más aventurillas americanas.
Una vista de la calle con sus puestecillos
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